Aunque los vehículos se diseñan pensando en su óptimo funcionamiento en las diferentes situaciones a las que se van a enfrentar, las condiciones atmosféricas sí llegan a afectar a su rendimiento. Elementos como los propulsores reducen la potencia o aumentando el gasto de combustible dependiendo del clima al que estén expuestos. Y es que, tanto las altas temperaturas como las bajas influyen en el correcto funcionamiento de los vehículos.

Inmersos en una ola de frío en España, debemos tener en cuenta que, según las pruebas realizadas por algunas marcas, el consumo de combustible aumenta entre un 10% y un 15% cuando se circula con temperaturas próximas a los 0 °C.

Las razones por lo que esto se producen son diversas:

• La temperatura del motor: si las temperaturas son muy bajas el propulsor necesita más tiempo para calentarse y alcanzar la temperatura óptima de funcionamiento. Por este motivo, tras arrancar, se inyecta mayor cantidad de carburante en los cilindros para conseguir el mismo rendimiento que con temperaturas normales.
• La batería: el frío provoca que el alternador tenga que realizar mayores esfuerzos para producir la electricidad que necesita el vehículo, lo que eleva el consumo de combustible.
• El aceite: el frío provoca que las propiedades lubricantes se vean mermadas, lo que deriva en más rozamiento entre las piezas. Al necesitar más energía frente a la resistencia al movimiento el gasto de combustible también aumenta.
• La presión de los neumáticos: al enfriarse el aire de las ruedas por el frío, la presión disminuye. Cuando se circula con menor presión de la recomendada aumenta la fricción y el rozamiento con la carretera elevando el consumo de combustible.
• Los sistemas eléctricos: al conectar los diversos sistemas eléctricos como la calefacción aumenta el consumo de combustible debido a que el frío reduce la energía de la batería y el motor debe esforzarse más.